jueves, 22 de febrero de 2007

·Matrimonio y divorcio·

El matrimonio:

Los miembros de la aristocracia romana eran los que hacían de su enlace un compromiso más social, de ahí la cantidad de invitados en los banquetes, no obstante en las familias menos pudientes no necesariamente se hacía obligatoria la celebración pues no representaban más que la unión de dos personas con carácter íntimo, era el matrimonio de los importantes los que representaban un acto de unión entre familias principalmente por motivos de interés económico o político. Ahora encontraréis muchas similitudes entre nuestro rito y el antiguo romano, el por qué viene dado a que el cristianismo tuvo que adaptar las costumbres del momento debido al carácter de nueva religión pues no hay en los documentos cristianos ninguna explicación de como debía realizarse el sacramento del matrimonio.
Después de la pedida de mano, y fijándose una fecha, la novia se vestía de acuerdo con la tradición: una túnica blanca cubría su cuerpo, atado llevaba un cinturón de doble nudo y sobre esta túnica, una sobrepuesta de color azafrán. El pelo se recogía mediante moños y trenzados y sobre su cabeza se ponía un velo de color anaranjado, y sobre éste una corona de flores que podían ser las del naranjo o una corona de metal. Era acompañada por la familia al lugar de celebración y ambos cónyuges solicitaban los auspicios de un augur, que podía ser alguien de la misma familia, que sacrificaba un cerdo, un ternero o un buey, según las posibilidades.
Después de que el augur hiciera lectura de los auspicios, los novios decían: "UBI TU, (nombre cónyuge), EGO (nombre cónyuge)", que es similar a nuestro "Te tomo a ti......, yo ......", después se hacían entrega de los anillos que eran o bien bañados en oro, o bien completamente de ese metal en las familias más adineradas, colocándose en el dedo anular debido a que es en este dedo donde hay un nervio que va directamente al corazón. A continuación hacían un convite hasta altas horas de la madrugada, los novios a las 12 de la noche ya se iban a su nueva casa seguidos de una comitiva de amigos que cantaban por las calles canciones picantes y divertidas y precedidos por una persona con una antorcha que iluminaba el camino, los niños tiraban a los novios nueces que al rebotar sobre la piedra del asfaltado producían gran estruendo (de aquí deriva nuestra tradición de tirar arroz), y al llegar a la puerta de la nueva casa, los padrinos de la boda cogían a la novia en brazos para atravesar el umbral. Las amigas de la novia subían hasta la alcoba donde estaba esperando el novio, y quitaba a la novia el velo, la túnica azafrán y el cinturón, a partir de ahí se les dejaba solos.


El divorcio:

Fue durante la época imperial cuando el divorcio se convirtió en el pan de cada día, no es raro ver a mujeres y hombres casados hasta en 8 ocasiones, y aunque si bien no era muy bien visto por la sociedad romana, sí que era usual, debido en parte a las leyes que ofrecían igualdad de posibilidades tanto al hombre como a la mujer. Una infidelidad, la ausencia del esposo, o la malversación de la economía familiar podían ser causas de divorcio y todo ello hizo que la vida familiar romana sufriera una desestabilización. También la esterilidad podía ser causa de separación, pero se han encontrado escritos donde se critica esa actitud, puesto que la legitimidad de la adopción dejaba abierta la posibilidad de tener hijos a quién dejar como herederos.
cuando uno de los dos esposos deseaba divorciarse (podía ser el hombre o la mujer), no existía burocracia como la actual, puesto que nada figuraba en documento alguno. Únicamente en el caso que fuera necesaria la mediación judicial, podían ser llamados los asistentes a la boda para dar fe que esta se había realizado y por lo tanto que ambos se encontraban casados. Esa facilidad en desposarse permitía encontrar casos en los que hombres que regresaban de la guerra después de largos años se encontraban que sus mujeres se habían vuelto a casar y por lo tanto se habían divorciado de ellos, todo esto en la más absoluta legalidad. Tanta afición se tenía al divorcio que numerosos hombres ilustres y emperadores tuvieron varias esposas adoptando como herederos a los hijos de su mujer, este es el caso por ejemplo del divino emperador Augusto, que casándose de segundas nupcias con Livia adoptó a Tiberio y los proclamó por presión de su esposa sucesor del imperio, no sólo la liberación de la mujer causó fisuras en la familia, sino que éstas se negaban a tener hijos (en época imperial) en pro de ampliar conocimientos y declararse libres frente a las ataduras del matrimonio convencional, no era raro encontrar mujeres apoyando ciertas doctrinas políticas en los banquetes, hablando de filosofía o impartiendo criterios personales sobre literatura. Mujeres luchando como gladiadores, mujeres en el deporte, mujeres al fin y al cabo liberadas como en nuestros días, pero criticadas por los personajes más conservadores que las veían como una amenaza al buen gusto y al modus vivendi de la Roma más arcaica ya que en los inicios de la Roma republicana y hasta el siglo II d.c. la pareja matrimonial aristocrática es simplemente un pacto de cordialidad, respeto y amistad, un vínculo que no exigía amar al esposo (excepto en algunos casos, los menos) y ello reportaba que ambos conocían de la necesidad de perpetuar el estatus de ambas familias. Eran los padres de ambos los que pactaban el matrimonio cuando estaban en edad de prometerse. La hija pasaba a residir en la casa de futuro suegro y se ponía bajo su tutela, así mismo el padre de la novia entregaba una dote, algunas de ellas de gran importancia. Hombres como el mismísimo Julio César se casó 3 veces, con la hija de Cinna con la que estaba prometido cuando ésta era aún una niña y con la que tuvo una hija, con Pompeya de quién se divorció por mancillar su buen nombre, y con Octavia, quién le procuró una relación estable y digna de su status de dictator. El propio Julio entregó a su hija Julia a Pompeyo Magno, para afianzar su triunvirato político, y fue a la muerte prematura de ésta cuando Pompeyo se desmarcó de César iniciándose un periodo de tensión que acabaría en Guerra Civil. Con ello, se explica la importancia de los matrimonios de interés y las consecuencias políticas para los hombres ilustres de la sociedad romana.

En referencia a las relaciones sexuales, éstas eran consumadas con el fin exclusivo de dar nuevos herederos y nuevos ciudadanos, éste era un deber para con Roma, el placer no era un requisito propio de los esposos, porque no era ese el fin. Se sabe que muchas mujeres llegaron a vender su cuerpo a amantes, y digo vender porque el amante ofrecía cantidades de dinero importantes, sin ser consideradas estas prostitutas, este dinero era considerado un regalo por los servicios prestados, de la misma manera los hombres satisfacían sus deseos sexuales con otras amantes, posiblemente esposas de amigos o compañeros. Este hecho, no es aislado, mucho se escribió sobre la ligereza con la que ejercía la prostitución la mujer del emperador Claudio en los lupanares de Roma. No obstante aunque no es extraño, no por ello está bien visto en la Roma de la época ni por el lado masculino ni por el femenino. La infidelidad era sabida pero no aceptada en las gentes de bien, por ello una sociedad que vive de la apariencia ocultaba sus deslices con concubinas, libertas o esclavas de quienes tenían hijos pero de los que no se hacían cargo ni eran reconocidos. La homosexualidad era otro de los aspectos que se conocían pero que se ignoraban, esclavos jóvenes con aspecto femenino eran los encargados de ofrecer placer a su señor hasta que éste repudiaba sus servicios o compraba otro.
Así pues, Roma era una sociedad abierta a un libertinaje inusual en la época que perjudicó el estamento familiar, pero hay que reconocerle una gran amplitud de miras respecto a los derechos individuales de hombres y mujeres, dejando que fueran libres de su propio destino.

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